
De la compasión a la auto-compasión
Afortunadamente, hablar de compasión ya no es nada extraño para muchos/as de nosotros/as. Desde hace algunas décadas los estudios sobre la compasión, la terapia centrada en la compasión y muchos otros enfoques que integran la compasión de forma complementaria a su trabajo se han popularizado y extendido dando a conocer los extraordinarios beneficios de esta práctica.
Sin embargo, y a pesar de la popularidad, la compasión no se alcanza fortuitamente sino que implica una práctica constante, un desarrollo y una determinación permanente de la mano de la firme observación hacia uno/a y hacia los demás –sin caer en la sobreexigencia-. Se trata, además, de una experiencia intransferible: podemos hartarnos de escuchar conferencias y charlas, de leer libros acerca del tema, de conversar sobre ello… que, sin embargo, nada de esto sustituye la práctica personal. La compasión implica, por encima de todo, estar con uno/a mismo/a revelándonos ante la más profunda y misteriosa desnudez. Y es aquí donde todo lo leído, escuchado, hablado, etc. se desmorona y sólo sirve –en el mejor de los casos- como una guía ya que cuando uno se acerca y está con uno/a mismo/a no hay nada que pueda mediar esa relación.
Cuando practicamos compasión hacia los otros generamos un espacio para la calma y cultivamos amor, nos abrimos a la comprensión profunda acerca del otro, su vida y sus condiciones y deseamos que pueda estar en paz, que pueda desarrollarse plenamente y que sea feliz. Esto puede resultar más o menos sencillo dependiendo del vínculo y relación que hayamos mantenido con la persona hacia quien generamos compasión. Practicar compasión hacia alguien “difícil” puede generarnos la experiencia secundaria de ser incapaces de experimentar compasión, de no valer para el amor, el perdón, la amabilidad, etc. Evidentemente, la práctica es gradual y en cualquier caso, estos mensajes hacia mismo también pueden ser objeto de compasión.
Son muchos los aprendizajes que puede revelar la práctica de amor incondicional. Desde el momento en que vamos hacia dentro para sensibilizarnos con el dolor ajeno y desear que otro pueda ser feliz se genera una experiencia interna particular. Esta huella experiencial de intimidad, amabilidad y reconocimiento del sufrimiento se transforma en un joya a la hora de poder dirigir esta misma compasión hacia uno/a mismo/a llegando a comprender la importancia de la práctica así como de la cantidad de trabas que emergen en el camino de la amabilidad.
Toda la amenaza que nos generan nuestros propios sentimientos intensos, el miedo a sentirlos de manera plena, es decir, tal cual son sin ejercer ningún control en contra, los mensajes –en ocasiones- de desprecio, vergüenza y culpa (entre otros) por sentir o pensar lo que en muchas ocasiones sentimos y pensamos, todo ello puede ser calmado, visto y sostenido con compasión. Y lejos de ser una forma –más- de huir de nuestras experiencias internas, la compasión nos acerca a ellas y nos ayuda a entender que así como los demás sufren por el sinfín de razones que existen para ello como por la propia ignorancia y el desconocimiento, sucede lo mismo con uno mismo.
La compasión nos permite darnos cuenta de cuántos mensajes tenemos en nuestra propia contra, de la exigencia y maltrato que en muchas ocasiones profesamos hacia nosotros mismos y de cómo la amenaza y el logro rigen gran parte de nuestra vida. En este reconocimiento de auto amabilidad podemos, además, permitir recibirlo de los demás y, evidentemente, practicarlo con honestidad hacia todos los seres sufrientes.