
Deseo, insatisfacción y mindfulness
Es complejo hablar de deseo, insatisfacción, conducta y sociedad. Podríamos incluir prácticamente cualquier fenómeno dentro de estas categorías. Sin embargo, hay algunas generalidades que sí podemos afirmar y que siempre es una buena oportunidad recordar.
Durante toda la vida nos vemos sacudidos y zarandeados por dos fuerzas aparentemente opuestas. Por un lado, el deseo. Grosso modo, el deseo de querer sentirnos mejor –y si, no uso la palabra “bien” porque muchas veces ya nos sentimos bien aun cuando hay anhelo-. De querer tomar un poco más de helado, de querer pasar un minuto más en la playa, de querer tener un cuarto más grande, una casa más, una segunda casa, coche, ropa, y un interminable etcétera en muchas ocasiones absurdo. Sin embargo, todo esto si bien al inicio es gratificante, y el cuerpo, el cerebro –o el deseo- pide “más y mejor”, termina siempre llegando un punto en el que hay saciación, aburrimiento y de nuevo, insatisfacción. El sol termina quemando demasiado y queremos sombra, la montaña comienza a preferirse por encima de la playa… y vuelta el ciclo a empezar. Ahora deseamos sombra, montaña o simplemente otra cosa porque lo anterior terminó de dejar de ser satisfactorio. Y regresa la insatisfacción. Nada de eso va a satisfacer complemente ni por siempre. Y la sensación de estar incompleto, de estar a medias, de ser imperfecto –en un mundo donde, además, todas las personas de alrededor se encargan de mostrar únicamente los momentos y experiencias supuestamente agradables en esta muy sutil competencia por la felicidad-, emerge con amargura.
La otra fuerza a la que me refería, si esta primera tiene que ver con el deseo y el querer ser/tener, es la fuerza contraria, es decir, el no querer ser ni tener. Las ganas de desaparecer, de olvidarse de todo, de abandonar el camino… La rabia, la furia, el odio, el hastío, el rechazo, la aversión… son parte de esta fuerza.
Nos pasamos la vida pendulando entre el hastío y el deseo. Entre el no querer nada y el quererlo todo. Entre el abandonarnos y el tomar lo más que se pueda. Buscando, en ambos movimientos, la misma sensación de plenitud con la que vinimos al mundo. Aquello que sentimos y que fuimos (y he aquí lo interesante de todo, y es que seguimos siéndolo) antes de ser humillados, avergonzados, moldeados, exigidos… y todo aquello que tuvimos que hacer para pertenecer a una familia, a un grupo de amigos y a una sociedad.
Nada vamos a encontrar afuera que tenga que ver con el adentro. Ninguna casa, título, coche… nos va a devolver la totalidad, la calma, la quietud, la apertura… estamos yendo por caminos equivocados. Una y otra vez. Y si bien esos caminos son excelentes para experimentar un montón de sensaciones gratificantes, divertidas, etc. no son todo aquello que creemos que son. Porque aquello no se encuentra afuera.
Mindfulness o la conciencia que se despliega momento a momento, nos alerta de estos movimientos de deseo y aversión que emergen de forma automática e incesante en nuestro ciclo de la experiencia. Abre el espacio para el reconocimiento de todas nuestras identificaciones y ofrece el abrazo para incrementar el autoconocimiento y la compasión.
Hay mucho más por decir acerca de nuestras necesidades y de esta sociedad insostenible y enferma; sin embargo, basta –por ahora- con sumergirnos en esta práctica contemplativa para comenzar a comprender nuestros propios movimientos internos a partir de la propia experiencia.