#Juventud y desprendimiento
Es cierto que los jóvenes están siempre en el punto de mira de la sociedad, son objeto de cuestionamientos, críticas y esperanzas. Seguramente esto no siempre haya sido así (ya sabemos que el significado de ser joven varía mucho de una cultura a otra y de una época a otra y que si bien hay factores neuropsicológicos comunes a todos los seres vivos, lo que se espera y permite en una persona joven cambia radicalmente entre contextos), pero en las últimas décadas podemos afirmar que los jóvenes nos ayudan a conocer cuáles son los problemas actuales que enfrentamos y son, al mismo tiempo, un termómetro de la sociedad presente. En ellos/as atraviesan un sinfín de variables sociales, culturales y educativas que puedan apreciarse y leerse, todavía, con cierta frescura.
Esta mañana escuchaba en la radio cómo algunas de las particularidades y distintivos de la juventud, como son la creatividad y el desprendimiento, están siendo diluidas y alteradas por la realidad en la que vivimos, concretamente, por la realidad de las redes sociales. También las redes son criticadas constantemente acerca de las relaciones que se construyen “al interior” de este universo, del compromiso que se establecen con los principios y las creencias, de la simplicidad de los argumentos, etc. No obstante, no ha dejado de llamarme la atención el vínculo y la relación inversa entre desprendimiento y redes sociales. En el caso de los jóvenes se hacía referencia a cómo actualmente todas las experiencias son cotizadas y cómo lejos de que el joven pueda separarse y aislarse del mundo para así poder comprenderlo y cuestionarlo, criticar y pensar en un mundo mejor y distinto, vive completamente apegado al ideal que busca transmitir y a las experiencias que transmiten y evocan los demás, en una suerte de competición de imágenes. En este sentido, parece que ha habido una transición entre el vivir las experiencias (como parecía ser antes, donde nada quedaba grabado más en la propio cuerpo y mente del joven protagonista) y el mostrar las experiencias, en el vivirlas para transmitirlas y proyectarlas al mundo. Lejos de vivir lo que a cada quien le toca o escoge por intereses, la vida transcurre en una constante apariencia de vivencias que tienen un valor social y simbólico en función de la estética (y no de la ética) y del grado de disfrute aparente.
Así, muchos/as van mostrando y navegando por el lado más ocioso y superficial de la realidad, buscando el reconocimiento a partir de estándares y cánones establecidos de éxito. El vacío, la intimidad, la soledad, el aislamiento y por ende, la creatividad y la imaginación no caben en este modelo de vida, en esta ecuación de vídeos, fotos retocadas y segmentos musicales…. que intentan transmitir siempre un mismo mensaje: deseabilidad. Lejos de recorrer y cartografiar el mundo interno, se compite por el capital más banal de todos.
La idea de desprendimiento siempre ha dado vértigo: a cualquier edad y para la mayoría de nosotros/as. El fantasear con despojarse de creencias, de viejos soportes conocidos y de navegar por supuestos nuevos mundos no es sino retador. Seguramente este patrón que vemos reflejado en la juventud no sea más que un propio patrón de la adultez en el que cada vez el confort y el status trepan y ascienden en nuestra escala de valores.